Ronda de preguntas por parte de Ángel Mestres para Sonora

PASO A LA RONDA DE PREGUNTAS: Notas interrogativas sobre los nuevos tiempos, las nuevas organizaciones y los nuevos retos para la gestión cultural [en Sonora]. 

[Basado en los apuntes de @erikatamaura sobre la conferencia Nuevos tiempos, nuevas organizaciones para la gestión cultural impartida el pasado 3 y 4 de diciembre en el Instituto Sonorense de Cultura. Hermosillo, Sonora, México.]

Ángel Mestres @mestresbcn, director general de Trànsit Projectes, Barcelona.

1. Comienzo por lo que nunca alcanza. Uno va a una charla, dicta una conferencia, imparte un seminario… La escena se repite casi invariablemente. Uno sube al estrado, le presentan, agradece, toma agua, se hace con el micrófono y, sin más, larga lo suyo, suelta su perorata. Una hora en unos casos, hora y media o dos horas en otros, todo depende del evento. El procedimiento está estandarizado a un grado tal que nadie protesta. Todos asumen que ese es el formato y se sientan, silencian el teléfono, tratan de no toser: escuchan. Así hasta que los afanes democráticos y participativos del presente exigen la participación del público. Ronda de preguntas, lo llaman, lo llamamos. La dinámica está igualmente definida. Se repite una y otra vez con apenas mínimas variaciones: al principio hay un silencio de grillos que chirrían a lo lejos, luego una tímida mano que se levanta al fondo; el micrófono va de un sitio a otro de la sala y al final siempre, invariablemente, cuando aquello está poniéndose interesante anuncian desde cabina que el-tiempo-se-nos-ha terminado. No hay tiempo para hacer más preguntas. En un alarde de originalidad yo quiero subvertir por una vez ese método. Sigo:

2. Ahora rebobino para justificarme. Cuándo Erika Tamaura Torres, una de las culpables, sino es que la principal, de que yo haya visitado hace unas semanas Hermosillo para reproducir (con mayores o menores variaciones) el formato antes descrito, me ha hecho llegar sus notas sobre mi charla sugiriendo un texto que resumiera nuestro encuentro, no he podido sino ver acertijos e interrogaciones brotando entre la página. Interrogaciones que me han hecho pensar en la posibilidad de resumir con preguntas esas nutridas horas gastadas con los gestores sonorenses. Porque, comienzo ya a preguntarme, ¿no hemos acaso oído decir mil veces que las buenas ideas son aquellas que plantean más preguntas que respuestas? ¿Que una buena conversación siempre sugiere interrogantes más que ofrecer resoluciones? ¿A tí que te parece?

3. Me desvío por capricho y porque el apunte es más que interesante. Prometo llegar ya al tema que nos ocupa. Todo esto me hace pensar en un libro que apareció en España hará ya tres años traducido por el sello Alpha Decay. El sentido interrogativo, se llama y lo firma el norte norteamericano, químico de formación, Padgett Powell. Se trata de una novela escrita enteramente de preguntas. Sí, frases, fragmentos y hasta citas interrogativas que se nos van quedando en el interior como un ronroneo que crece y se apodera de nosotros. Como un mantra que nos incita a abrir los ojos y cuestionarlo todo desde múltiples ópticas: la sátira, la provocación, la hilaridad, la duda, la reflexión, la diatribas, el deseo, la espiritualidad, la sociedad, el consumo, la cultura… Un ejercicio de intensidad creativa y profundo pensamiento que, según Richard Ford, podría parecerse bastante a lo que Duchamp o Magritte hubieran hecho de proponerse escribir una novela. El simple hecho de imaginar el artefacto ya nos activa el juicio dando evidencia de su acierto, aunque, creo yo, lo que realmente le hace resonar en nuestro interior es la forma en la que consigue albergar la razón de toda práctica vinculada con la cultura y el pensamiento crítico: el deseo insaciablemente humano de saber siempre más. Quizá valdría la pena hacer algún día, en forma de homenaje osado a Powell, una charla que estuviera solo compuesta de preguntas. Son ustedes, a fin de cuentas, en su papel de agentes culturales y en su papel de público, quienes tienen las respuestas. Cierro el paréntesis.

4. Paso a la ronda de preguntas. ¿No era ya hora?  

¿Qué es entonces la gestión cultural? ¿Habría qué preguntárselo? 

¿Para qué sirve la gestión de la cultura? ¿Tiene importancia en el presente convulso en que vivimos? ¿Es necesaria en una ciudad y un estado y un país y un continente y un mundo como este? 

¿Qué entendemos por gestionar cultura? ¿Hay centros, periferias, fronteras y no-logares alrededor de su práctica?

¿Qué es hacer gestión cultural en el siglo XXI? ¿Administrar, mostrar, programar, curar, investigar, conectar, motivar? ¿Prescribir?

¿Cómo se construyen las prácticas culturales de interés? ¿Cómo y desde dónde nos posicionamos para mediar entre el público y el contenido cultural?; ¿La cultura, es necesaria? ¿Cómo defenderla y reivindicarla hoy? ¿Qué hace de una buena práctica o contenido cultural una iniciativa de éxito?

 ¿La cultura, está relacionada con el desarrollo? ¿Qué lazos debemos establecer con la comunidad donde ofrecemos contenidos culturales? 

¿Debemos pensar en nuestros públicos?

¿Cómo nos conectamos con nuestros usuarios/seguidores/territorios? 

¿Les escuchamos? ¿Cómo los fidelizamos? ¿Cómo los integramos? ¿Cómo los interrogamos?

¿Cómo nos interrogamos a nosotros mismos, a nuestras organizaciones?

¿Cómo persistimos en nuestra labor? 

¿Se empodera desde la cultura? ¿Qué es el capital cultural?¿Hay cultura sin desarrollo? Nuestras prácticas ¿buscan la democracia cultura? ¿Promueven el acceso de la ciudadanía hacia la cultura, o rompen, separan, obstaculizan su acceso?

 ¿Democracia, activismo, o participación en cultura? ¿Lo que hacemos por y para la cultura ayuda al refuerzo identitario? ¿Hay contenido? ¿Nuestra noción de cultura, cohesiona, incluye, provoca?

¿Qué rumbo y estrategias se deben seguir para promover el desarrollo cultural? ¿Reconocemos nuestros objetivos?                                                                                               

¿La ciudadanía participa de y en la cultura (respecto a lo que ofrecemos)? ¿Aporta opiniones, demanda contenidos? (De nuevo): ¿Les escuchamos? ¿Estamos pensando en los públicosal momento de programar contenidos culturales? ¿Qué otros imperativos o demandas existen? ¿Cómo podemos hacerlas compatibles con nuestros objetivos culturales?

¿Nuestra práctica –como gestores, como agentes y también como consumidores culturales (como público)– procura la excelencia? 

¿Qué hace que un proyecto cultural cualquier deje de ser cualquier proyecto? ¿Somos capaces de transmitir la trascendencia de lo que hacemos en cultura? ¿Trasciende realmente?

¿Somos tácticos o estrategas? ¿Nos adaptamos al cambio?¿Sabemos improvisar? ¿Sabemos cambiar? ¿Sabemos mutar? ¿Sabemos copiar? ¿Sabemos investigar?

¿Cuándo fue la última vez que se nos emocionamos con un proyecto, una idea, una propuesta cultural cualesquiera? ¿Cuándo fue la última vez que nosotros hicimos emocionar a alguien más, a nuestra comunidad, con una idea, una propuesta, un proyecto cultural?

¿Buscamos posiciones únicas y de valor? 

¿Sabemos hacer preguntas?

5. Preguntas, quizá demasiadas, respuestas, sólo las necesarias.Es eso a grandes rasgos lo que ha arrojado el encuentro que hace algunas semanas mantuve con el Instituto Sonorense de Cultura, buscando orientarles mediante mi experiencia en la fase cero del Proceso de Integración del Plan Estratégico para la Cultura y las Artes, Sonora 2015-2021. He dicho orientarles, aunque debería decir también desorientarles. Colmarles, como ya se ha visto, de preguntas. Quizá porque al final del trayecto me ha dado por pensar que hacía falta engordar lo más posible el espacio para conversar dentro de nuestra jornada. Más probablemente porque, desde la práctica que llevamos acabo en la organización que lidero, hace tiempo que nos guiamos por la lógica de las interrogaciones que acompañan todo proceso de investigación/creación/acción. I+D+i, I+C+i, o como quiera llamársele. Parecerá una jugarreta, una ocurrencia, pero, si soy sincero, para mí tiene sentido. Es un ejercicio que obliga a pensar en lo hablado como un comienzo, una puerta, -o debería decir una interrogación- abierta para seguir explorando, modelando y planificando las acciones para el futuro inmediato de los emprendimientos culturales de Sonora…                  

O, porque, dicho de otro modo, a la manera de Milan Kundera, son precisamente las preguntas que no tienen respuesta las que son verdaderamente serias… las que determinan las posibilidades… Son ustedes quienes tienen las respuestas… 
 

2 comentarios sobre “Ronda de preguntas por parte de Ángel Mestres para Sonora

  1. IDENTIDAD FRAGMENTADA Y PATRIMONIO HUÉRFANO

    José René Córdova Rascón
    rrenecordova@gmail.com

    Lo que hoy llamamos Sonora es una realidad geográfica compleja, que abarca manglares, desiertos, planicies, valles y montañas en una gran extensión que incluso en el atiborrado siglo XXI mantiene una baja densidad de población.
    A pesar de las huellas de ocupación humana desde hace casi diez mil años y la supervivencia de grupos originarios la identidad sonorense sigue siendo una construcción pendiente, una tarea relegada para mejores días, sin tanto frío, sin tanto calor, con mejores lluvias, con otra alineación de las estrellas.
    Sin una unidad cultural o ecológica evidente, la idea de una región llamada Sonora surge de manera tardía en el periodo colonial, donde escasearon los centros urbanos al igual que en el periodo prehispánico y proliferó la división en regiones menores ya fueran alcaldías mayores, gobernaciones, o muy mayores como la intendencia de las Provincias Internas de Occidente de las últimas décadas del virreinato.
    Ni siquiera la esfera eclesiástica ofreció un asidero a la unidad, aunque el obispado de Sonora abarcara las tierras que para lo civil se conocían como la gobernación de Sonora, Sinaloa y anexas. Arizpe fue elegido como centro político de manera tardía y poco efectiva, los obispos residían en Culiacán hasta que Hermosillo tuvo catedral a finales del siglo XIX.
    Formado de pedacitos y recortes como las colchas de las abuelas la identidad era más un asunto local que regional, como se vio en el fracasado experimento del Estado de Occidente, separado por la renuencia de los bajosonorenses a pagar por las guerras contra los apaches de los altosonorenses.
    Y es quizá la idea de frontera, de ocupación reciente y voluntariosa la que permea y unifica la identidad sonorense hasta la actualidad, se es sonorense frente al otro, sean los apaches, seris y yaquis rebeldes o los gringos, los sinaloenses o los guachos.
    El alto volumen típico del español regional vendría de la costumbre racista de alzar la voz para que el otro, siempre el otro, nos entienda, es un castellano de capataces, de castas y criollos empobrecidos que llegan a la frontera a darse aires de españoles frente a la indiada, y hay quien a pesar de los siglos transcurridos siguen en esa idea.
    A diferencia de otras zonas, en Sonora las mejores tierras para la agricultura las conservaron los indios a través de las misiones, mientras los “españoles” ocupaban tierras de agostadero y soñaban con hacerse ricos con las minas (cosa que pocos lograron).
    No tenemos entonces las grandes haciendas del Bajío, ni ciudades comerciales ni conventos (el primero convento de monjas de clausura se estableció en 1983), tampoco hubo instituciones de educación superior hasta el siglo XX y las élites se educaban en Guadalajara o San Francisco como ahora lo hacen en Monterrey o Tucsón.
    La larga resistencia indígena al despojo de sus tierras y su modo de vida marca la historia de Sonora y genera una desconfianza y un racismo primordial que se alimenta de la inestabilidad de las fortunas, que cambian de manos cada dos o tres generaciones impidiendo la formación de una burguesía culta y acomodada.
    A la sombra del éxito económico de Nuevo León y la influencia política del centro lejano y siempre envidiado la identidad local se alimenta del particularismo más básico y debe reinventarse ante cada nueva oleada de inmigrantes: los funcionarios de las reformas borbónicas, los extranjeros en el siglo XIX con la invención de la frontera, los militares del Porfiriato, los funcionarios federales de la posguerra y la gran oleada migratoria a partir de la pavimentación de la carretera Guadalajara-Nogales en los años cincuentas.
    Así que las marcas negativas de la identidad serían la violencia interétnica, la inseguridad económica y el aislamiento, que se inventan el mito de una cultura del esfuerzo a mediados del siglo XX cuando la población deja de habitar en los valles serranos para bajar a la planicie costera irrigada gracias a la infraestructura federal financiada por préstamos del Banco Mundial.
    Es hasta el periodo posrevolucionario, mientras se inventan los símbolos nacionales del charro, el mariachi y la vendedora de alcatraces, que los sonorenses empiezan a forjar una identidad propia, con los recursos que les acerca la mitografía del suroeste de Estados Unidos, que encuentra en Eusebio Francisco Kino un padre fundador que no es indio ni español ni mexicano.
    A Kino se agregan en el altar de la identidad regional los cuatro presidentes de la república, aunque para fines del siglo XX aparecen solo como borrosas figuras de bronce de un pasado lejano y ajeno.
    Sin pirámides prehispánicas, sin catedrales barrocas y con un patrimonio republicano abandonado en Álamos y revaluado solo después de su recuperación por los extranjeros los sonorenses parecen aborrecer los testimonios de su historia como los malos hijos de Libertad Lamarque se afretaban de su madre en aquellas películas en blanco y negro.
    En la vociferancia del regionalismo se transparenta una inseguridad ante las otras identidades, sean los gringos, los chilangos, los guachos, los sinaloenses o los monterreyenos, siempre hay una mezcla explosiva de desprecio y envidia que impide mirar con serenidad hacia lo propio.
    La comida regional fue relegada a los puestos de los mercados y los fogones domésticos hasta hace bien poco, pero el recetario editado por el Instituto Sonorense de Cultura es el besteller de nuestra literatura. Vende más la receta de la gallina pinta que los versos de Abigael Bohórquez.
    Respecto al patrimonio construido, patrimonio material o edificios la actitud es de abandono cuando no de franco desprecio. La Capilla de San Antonio, uno de los edificios más antiguos del Pitic yace vandalizada a pesar de sucesivos intentos de restauración.
    El pasado urbano es de adobe y eso parece atormentar las pretensiones de una neoidentidad encarrilada en la huida hacia delante de la modernidad. Abandono, derrumbe y demolición ha sido el destino de muchos edificios del centro histórico de Hermosillo, Navojoa, Caborca, Ures, Moctezuma y Nogales, donde el azar de la ubicación de la zona de tolerancia ha permitido preservar una zona de unidad arquitectónica que los locales se niegan a ver, no digamos apreciar o proteger.
    Nuestras ciudades son tan jóvenes que algunas conservan sus primeras paredes, como la línea de casas de adobe, siempre el humilde adobe, en San Luis Río Colorado, que espero no hayan sido ya derrumbadas para construir un estacionamiento.
    Grave pecado de juventud, ya que los edificios construidos a partir del primero de enero de 1901 quedan fuera de la jurisdicción del INAH, aunque el Instituto Sonorense de Cultura cuenta con facultades legales para registrar y proteger ese patrimonio desde la publicación de la Ley Estatal de Fomento a la Cultura y las Artes en enero de 2000.
    Estas facultades fueron ampliadas y clarificadas en la reforma a esta ley en octubre de 2011 que le cambió el nombre a Ley Estatal de Fomento a la Cultura y Protección del Patrimonio Cultural, sin embargo, estas facultades no se han ejercido, la ley no se ha reglamentado y no se ha establecido una unidad administrativa responsable del tema.
    La ley de 2011 señala un largo camino para la declaratoria de monumentos de carácter estatal y una vía corta por el proceso legislativo regular, que ha permitido la declaración hasta la fecha de dos monumentos: el estadio de béisbol Héctor Espino en Hermosillo y el monumento a Benito Juárez en Nogales, popularmente conocido como El Mono Bichi.
    El ISC no ha recibido presupuesto para registrar, investigar y proteger el patrimonio material y mucho menos el inmaterial o intangible. Ni el ejecutivo lo ha solicitado, ni el congreso lo ha asignado ni la ciudadanía lo ha demandado hasta ahora, aunque empieza a reconocerse la necesidad de hacerlo, quizá no como una prioridad ni como una urgencia, pero se empieza a reconocer que quizá sería bueno hacer algo.
    Uno de los problemas es que el presupuesto de inversión del ISC está ligado a los programas federales del extinto CONACULTA, hoy Secretaría de Cultura, y como las obligaciones de protección al patrimonio federal se cubren por el INAH, cada estado destina lo que le parece de manera exclusiva en el presupuesto local.
    Y sí, hay estados que efectivamente asumen este reto, como San Luis Potosí que mantiene un registro de su gastronomía regional como patrimonio inmaterial o Sinaloa que opera una red municipal de protección de su patrimonio construido después de 1900.
    Por lo pronto el tema de protección, investigación y difusión del patrimonio no aparece en las prioridades del Plan Estatal de Desarrollo 2015-2020, quizá si insistimos mucho y bien logremos que aparezca en el programa sectorial que elabora el ISC y si nos organizamos y nos movemos hasta podría asignarse un presupuesto, que si las estrellas se alinean podría ir creciendo. Se vale soñar.
    Como aficionado de los Mayos de Navojoa sé que hay que luchar sin esperanzarse mucho, que hay que apoyar cada avance con entusiasmo y aguantar las malas rachas esperando que pasen pronto y alcancemos a calificar, ya nos hemos colado un par de veces a la Serie del Caribe… Esperemos que los adobes y las tradiciones a punto de perderse resistan en lo que nos sacudimos las telarañas mentales y organizamos el rescate.

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